P. Carlos Padilla Esteban
Padre de Schoenstatt
La cuarentena que se me impone en esta pandemia me ayuda a tomar conciencia del lugar que ocupa Dios en mi vida. Veo dónde tengo puesta mi confianza. En mi salud, en mi trabajo, en mis planes. Y cuando todo cae a mi alrededor, surgen los miedos y la desconfianza. Dios no está en el centro. Al quedarme en casa veo con claridad que todos mis actos tienen repercusiones. Mi salud no es sólo mía, afecta al resto. Soy responsable y opto por cuidar especialmente a los débiles, a los más vulnerables. De repente poseo todo el tiempo del mundo. Puedo aburrirme, puedo perder las horas que poseo. Sólo tengo eso, mucho tiempo. Ya no voy corriendo de un lado para otro. Puedo detenerme y cuidar lo que tengo. Dejo de mirar mi celular y miro a los otros. Busco en este tiempo de pausa al Dios que se detiene junto a mí, en mi hogar. Eso me da paz. No camino yo solo. No estoy solo, aunque lo parezca mirando mi vida de reclusión. No puedo salir, me quedo en casa. Nunca antes me habían prohibido dar un paseo, salir a la calle, ponerme a andar. Nunca antes tenía que tener un motivo para salir, casi que lo tenía que tener para estar en casa. Cambian las circunstancias. Cambia todo. No entiendo mucho el sentido del sinsentido. Una parálisis a nivel mundial. No es local, todo está globalizado. La amenaza de la muerte. La angustia por la situación económica personal y de tantos a mi alrededor. El miedo en medio de mi soledad. Cuando la creatividad tiene que ponerse en marcha. Veo la luz en medio del claroscuro de la vida. Es como siempre. Pero ahora de forma acentuada. Me siento perdido con todo el tiempo del mundo en mis manos. Me da miedo aburrirme, o perder el sentido de la vida. El espacio se reduce. Las paredes me aprisionan. Quiero salir, huir, escaparme. ¿De mí mismo? Muchas veces sí, es una huida hacia delante. Huyo de mis sombras, de mis propios temores. Huyo de mi propio yo con el que tengo que convivir y compartir la vida. En medio de la noche de mi vida se me invita a alegrarme y confiar. Porque el Señor está conmigo y me sostiene, me sosiega. Quieren que me alegre cuando no veo motivos de alegría. No hay brotes verdes que me hablen de esperanza. Sólo la noche, la soledad, las calles vacías, los colegios sin niños, los locales cerrados. Nadie caminando por los parques. No hay coches, ni prisas. No quiero que la tiniebla de la desesperanza me abrume y hunda en la tristeza. No lo quiero. Mi vida es mucho más grande. Es más plena. Estoy llamado a vivir con alegría este tiempo de oscuridad, de noche, de desvelo. ¿Qué puede hacer mi alma con tantas incertidumbres? La vida es muy larga, me repito, es eterna. Y como desde lo alto de un monte vislumbro un nuevo amanecer. Seguro que seré distinto cuando pase la noche. Al menos no quiero seguir igual que antes, esa es mi tentación. Quiero que algo haya cambiado. Mis prioridades, mis elecciones, mis gustos, mis deseos. Quiero que mi corazón sea más grande. Y mi pasión por la vida más poderosa. Quiero vivir de forma más solidaria. Entender que los que importan son los que se quedan conmigo cuando la noche viene y sólo me queda vivir recluido. Los que permanecen a mi lado cuando se apagan los focos de la fiesta. Los que no me abandonan cuando soy contagioso y puedo complicarle la vida a los demás. Por un momento compruebo que valgo por lo que soy y no tanto por lo que hago, por lo que tengo. Porque no puedo hacer lo que sé hacer y todos los planes de mi agenda caen de golpe abismándome en el vacío. No hago nada. O mejor, no tengo nada que hacer. Y mi alma se siente incómoda, tan acostumbrada a producir, a gustar, a lograr, a conseguir. Una soledad recluida, una vida sin esperanza. ¿Cuándo acabará todo esto? ¿Cuándo empezará realmente? No lo sé. No hay fechas. No puedo decidir yo el día. No tengo el poder de abrir las puertas que dan a la calle. Surge el miedo y la angustia. Sobreviviré en medio de tantas vicisitudes. Una canción del Dúo dinámico, Resistiré, me da esperanza, es un rayo de luz, un grito de alegría: «Cuando pierda todas las partidas, Cuando duerma con la soledad, Cuando se me cierren las salidas, Y la noche no me deje en paz. Cuando sienta miedo del silencio. Cuando cueste mantenerme en pie. Resistiré, erguido frente a todo. Me volveré de hierro para endurecer la piel. Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte. Soy como el junco que se dobla, Pero siempre sigue en pie. Resistiré, para seguir viviendo. Soportaré los golpes y jamás me rendiré. Y aunque los sueños se me rompan en pedazos. Resistiré. Cuando el mundo pierda toda magia. Cuando mi enemigo sea yo. Cuando me apuñale la nostalgia. Y no reconozca ni mi voz. Cuando me amenace la locura». En tiempos de noche, cuando los sueños se rompen, me levantaré para seguir luchando, confiando. En medio de mi soledad miro hacia delante, hacia los lados. Algo habré aprendido. Al final del túnel hay una luz que da esperanza y alegría. Algo habrá cambiado. Mi corazón mirando a Dios tendrá otros colores, otra luz. Veré con otros ojos, tendré otra mirada y otros sueños. No seré el mismo cuando me levante de mi lecho. No seré el mismo, Dios me habrá cambiado cuando salga. Lo sé, seguro que será diferente. Es lo que espero, lo que sueño, lo que pido cada noche al acostarme. Que cambien mis pasiones, mis prioridades. Que tome en cuenta lo importante y no me pierda en superficialidades que me dejan vacío. Que valore lo que tengo y no viva esperando lo que no es posible. Que cuide al que está más cerca. Y sirva con alegría en el presente, sin querer controlar mi futuro. Mi confianza en este tiempo la pongo en lo alto, en el corazón de Dios. Ahí descanso.